Sobre la imposibilidad de hacerse invisible. Un comentario acerca de una ficción de H. G. Wells

 

Ningún hombre es invisible, ni siquiera el hombre invisible es invisible. De hecho, la invisibilidad adquirida lo convierte, paradójicamente, en el hombre más visible de todos. El libro de Wells plantea una narrativa que me permite comenzar con esta idea tentativa y que, a su vez, deriva en una constatación: La trama social no es solo una instancia del sujeto sino la materia esencial de su existencia. Nadie existe al margen de su vínculo con los otros. Es imposible aun cuando gracias a la ciencia, Griffin, el protagonista de la ficción de Wells, consigue ausentarse de la mirada de los otros.

Comencemos por una cuestión que si bien no parece ser prioritaria en la estructura del relato, sí constituye el aspecto que captó mi atención. Griffin, el científico, cree que la invisibilidad de su cuerpo puede reportarle múltiples beneficios y ventajas. Sin embargo, no tarda mucho en darse cuenta de que no es así. Su vida se ha dificultado y solo le queda revertir el experimento. Si el hombre invisible se pusiera un pantalón, por ejemplo, los otras personas verían solamente dicha prenda flotando en el aire. Es decir, si quiere mantenerse invisible debe, además, permanecer desnudo. Pero es invierno en el hemisferio norte y el hombre invisible y desnudo padece los estragos del frío intenso. Griffin se pasa los días aterido y presa de catarros. De modo que si quiere abrigarse, debe volver a ser visible, vale decir, vestirse por completo, procurando que su cuerpo invisible no quede al descubierto (obsérvese la aparente contradicción de esta expresión), debe ponerse abrigos, sombreros, lentes oscuros, guantes, etcétera, así despierta la atención de los demás, con lo que el hombre invisible resulta, paradójicamente, llamativo, estrambótico, algo teatrero, es decir, demasiado visible. Podría soportar estoicamente el frío, pero como habita una zona del mundo donde la nieve se acumula por los caminos, las huellas de sus pies invisibles pueden quedar fácilmente estampadas en el suelo, y los transeúntes curiosos podrían reparar en el extraño fenómeno y seguir las huellas hasta hostigarlo o atraparlo o considerarlo un fantasma o algo por el estilo. Sucede algo similar con la alimentación. ¿Cómo conseguir alimentos? Suponiendo que llega a un restaurante disfrazado de pies a cabeza, ¿cómo abre la boca para masticar si su boca no es visible y, es más, como despojarse de sus prendas si el bolo alimenticio de sus entrañas es ajeno a su condición invisible? Podría, entonces, meterse a algún sitio y robarse alimentos o cometer fechorías sin ser detectado, de acuerdo, pero si para no ser detectado tiene que andar desnudo con el cuerpo invisible, eso quiere decir que su botín que sí es visible puede aparecer ante los otros como un objeto flotante que huye por algún camino. ¿Cómo esconder entonces lo hurtado si uno es invisible y el resto del mundo no lo es? ¿Cómo habitar el espacio, convivir, o vivir si uno se ha negado la posibilidad de ser visto en el más denotado sentido de la palabra?

En 1933 James Whale hizo una adaptación cinematográfica de la novela de Wells

La invisibilidad que plantea Wells puede interpretarse también como la renuncia del sujeto al contacto con los otros, a su decisión de mantenerse al margen de juicios e interacciones quizá con el objetivo difuso de ensayar una forma de trascendencia, generar la ilusión, solo la ilusión de poder estar presente en todos los lugares y de contar con un poder que otros no tienen ni podrán tener. Sin embargo, esto, como decíamos, no es sostenible de ninguna forma, puede funcionar momentáneamente, como se ve en la novela, para asustar pobladores, herirlos, hacerse el bromista, el peligroso, pero nada más que eso. Estas pequeñas gratificaciones no parecen compensar las enormes dificultades de la invisibilidad y que solo evidencian un rasgo crucial del sujeto: su existencia en una instancia compartida con otros. El sujeto ajeno a la dinámica de interacción, ajeno a los juicios, a las consideraciones, a las relaciones, ¿puede existir como tal? ¿Puede bastarse así mismo para vivir? ¿Puede, de veras, decidir permanecer al margen, ausente, valga decir, invisible? Probablemente no. Todos existimos en una trama donde hay otros, en un universo compartido, y esto parece trascender a nuestra voluntad, parece la condición básica de nuestra existencia. Y ausentarse de esas tramas, o intentar pasarlas por alto solo parece dificultar las acciones básicas y elementales para nuestra permanencia. Es decir, y para terminar con esta especie de comentario o especulación, no existen hombres invisibles, ni siquiera el hombre invisible es invisible, alguien lo vio, alguien lo percibió, supo de él, y ese mismo hombre, Griffin, sintió en primera persona la angustia de estar al margen, de despojarse de los otros. Nuestro cuerpo en tanto instancia observable, manejable, expresiva, es imprescindible en el derrotero de nuestras acciones, no tener un cuerpo, una entidad es negarse la existencia y hacerlo, como demuestra Wells, solo equivale a una tragedia.

Comentarios

Entradas populares