Sobre ¨El corazón de las tinieblas¨ de Joseph Conrad



El río Congo, su forma dibujada en un mapa de fines del siglo XIX, despierta la fascinación de un hombre llamado Marlow. Hechizado, presa del magnetismo acuático propio del marinero experimentado, consigue rápidamente un puesto en una compañía mercante y emprende viaje a la zona de su interés. En el trayecto, surcando las aguas por parajes inhóspitos, se acerca no a los vericuetos de la ¨misión civilizadora¨ de Europa, ni a los padecimientos de una tragedia atroz (aunque ambas cosas estén presentes en la historia) sino más bien a algo parecido a una revelación, a una inquietud que es vital, decisiva. Lo es para Marlow, el protagonista, y lo es también para quien lea esta novela. De esta historia, del relato que Conrad teje con maestría, nadie sale indemne.

Mucho se ha dicho sobre esa novela, ha inspirado ficciones, trayectorias literarias, y debates en torno a su significado, su trasfondo simbólico y sus intenciones últimas. De El corazón de las tinieblas se puede pensar una cosa y luego la contraria, rectificar la opinión, construirla de nuevo, desecharla y seguir intentando aproximaciones. Así, es posible que un tiempo después, tras una nueva lectura, mi visión cambie o se contradiga o se amplie. Por el momento lo que tengo que decir se divide en los siguientes aspectos.

 

El narrador que escucha una narración

Algo que se suele pasar por alto en algunos comentarios o videoreseñas es la forma básica que tiene este libro, la estructura elemental que Conrad eligió para escribirlo. Marlow, el personaje típico en el universo ficcional de Conrad, es quien cuenta esta historia a manera de testimonio, confesión y disquisición metafísica. Pero existe otro personaje, un narrador anónimo que, durante un atardecer tranquilo en un barco anclado en el Támesis escucha junto con otros amigos la historia de Marlow y su viaje al corazón del Congo. Ese narrador anónimo aparece para dar apertura al relato, para recordarnos que todo lo que se lee es en realidad una narración oral escuchada y, finalmente, aparece para cerrar el relato con una alusión a las tinieblas.  Así, y en consonancia con los paralelismos que se han encontrado entre esta novela y el infierno dantesco o las referencias apocalípticas de corte bíblico, podría mencionarse que Marlow tiene algunos rasgos de apóstol, de difusor de la palabra, ¿pero qué palabras? ¿apóstol de qué cosa? Acaso de la desesperanza, de la naturaleza humana en sus expresiones iluminadas, pero abyectas. Como se revela en la historia, Marlow confiesa su fascinación por Kurtz, el hombre al que busca en lo más profundo del río Congo y que, además de conseguir enormes cantidades de marfil para comerciar, es reconocido como un superdotado, iluminado, un hombre de virtud, y talento, destinado a escalar en lo más alto de la pirámide de privilegios. Kurtz es adorado por los nativos de la selva como un dios blanco y algo de esa estela mística recala en Marlow.

¨Hice el extraño descubrimiento de que nunca me lo había imaginado en acción, sabéis, sino hablando. No me decía: ahora ya no podré verlo, ahora ya no podré estrecharle la mano, sino: ahora ya no podré oírlo. El hombre aparecía ante mí como una voz. Aquello no quería decir que lo disociara por completo de la acción. ¿No había yo oído decir en todos los tonos de los celos y la admiración que había reunido, cambiado, estafado y robado más marfil que todos los demás agentes juntos? Aquello no era lo importante. Lo importante era que se trataba de una criatura de grandes dotes, y que entre ellas, la que destacaba, la que daba la sensación de una presencia real, era su capacidad para hablar, sus palabras, sus dotes oratorias, su poder de hechizar, de iluminar, de exaltar, su palpitante corriente de luz, o aquel falso fluir que surgía del corazón de unas tinieblas impenetrables¨

Kurtz no se ilumina porque trasciende la condición humana sino porque se refunde en sus bajos infernales para contemplarse a sí mismo. ¿Es Kurtz el reflejo prístino de la naturaleza humana? ¿Marlow admira en él su disposición para contemplarse sin ambages, su ímpetu de ir más allá de lo inhóspito, de lo salvaje?  Es en la amplitud de esas preguntas donde la figura del narrador apóstol tiene cabida dentro de la estructura narrativa del texto. Estructura que, dicho sea de paso, me recuerda a la estructura con que Henry James construye Vuelta de tuerca, una gran novela.

 

Las tinieblas, la selva, el corazón

Para el segundo capítulo del libro, cuando Marlow ha conseguido reparar la embarcación y se hace al río con una tripulación variopinta (caníbales incluídos), la narración se carga de descripciones profundas sobre el territorio inhóspito que atraviesan, una selva tenebrosa, hostil que parece poseída por un espíritu siniestro. Estoy tentado a resumir dichos pasajes, pero no creo que pueda hacerle justicia a las imágenes que crea Conrad, así que adjunto una cita al respecto:

¨Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica, de una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido. Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita, sobreviviendo a costa de una angustia profunda de un trabajo excesivo. Pero, de pronto, cuando luchábamos para cruzar un recodo, podíamos vislumbrar unos muros de juncos, techos de hierba puntiagudos, un estallido de gritos, un revuelo de músculos negros, una multitud de manos que palmoteaban, de pies que pateaban, de cuerpos en movimiento, de ojos furtivos, bajo la sombra de pesados e inmóviles follajes. El vapor se movía lenta y dificultosamente al borde de un negro e incomprensible frenesí. ¿Nos maldecía, nos imprecaba, nos daba la bienvenida el hombre prehistórico? ¿Quién podría decirlo? Estábamos incapacitados para comprender todo lo que nos rodeaba; nos deslizábamos como fantasmas, asombrados y con un pavor secreto, como pueden hacerlo los hombres cuerdos ante un estallido de entusiasmo en una casa de orates. No podíamos entender porque nos hallábamos muy lejos, y no podíamos recordar porque viajábamos en la noche de los primeros tiempos, de esas épocas ya desaparecidas, que dejan con dificultades alguna huella… pero ningún recuerdo¨.

En primera instancia, puede parecer que ese corazón de las tinieblas es la misma selva africana profunda, alejada de la civilización, gobernada por la naturaleza. Un territorio donde el hombre es una criatura secundaria, prescindible. Así, puede parecer que esas tinieblas no expresan otra cosa que el viaje hacia lo recóndito y desconocido, ajeno a las reglas, a los hábitos que han regido la vida del hombre europeo. Sin embargo, hay otros niveles de profundidad incrustados en la narración y muchos de ellos remiten a un punto, el corazón al que se llega no es solo una alusión al centro del continente africano, ese corazón está al interior del hombre europeo, una esencia revelada en toda su amplitud y vileza. Digo europeo porque intento no perder de vista las características que tiene ese hombre sobre el que recae el símbolo del corazón. Kurtz es un colonizador, un hombre de espíritu arriesgado que se adentró en las profundidades de la selva para conseguir riquezas. Su voracidad vital, lejos de saciarse, encuentra en las tierras alejadas del Congo, nuevas razones o sinrazones para ampliarse, desenfrenarse, como si buscara calmar la sed bebiendo agua del mar. Lejos del velo de la sociedad, de todo aquello que lo protegía del contacto directo con la naturaleza y con su naturaleza, descubre que no hay otros limites que aquellos que él se imponga. Se enfrenta con sus pulsiones, sus sueños y sus terrores; y genera calamidades: se hace pasar por un dios usando trucos de europeos para impresionar a los nativos, controla los poblados, asesina a sus opositores, clava sus cabezas en estacas, y realiza todo aquello que le permita extraer marfil en grandes cantidades, conseguirlo, entregarlo al imperio. En sus decisiones descubre cosas de sí mismo, de la humanidad, su discurso se hace profundo, reflexivo. Es el forastero que abraza su extrañeza hasta conocerla interiormente. Ejerce crueldad, castigo, y reflexiona con profundidad hasta caer en el delirio. Para ilustrarlo mejor, dejo la descripción en manos de Conrad:

¨Había ocupado un alto sitial entre los demonios de la tierra… lo digo literalmente. Nunca lo entenderéis. ¿Cómo podríais entenderlo, teniendo como tenéis los pies sobre un pavimento sólido, rodeados de vecinos amables siempre dispuestos a agasajaros o auxiliaros, caminando delicadamente entre el carnicero y el policía, viviendo bajo el santo terror del escándalo, la horca y los manicomios? ¿Cómo poder imaginar entonces a qué determinada región de los primeros siglos pueden conducir los pies de un hombre libre en el camino de la soledad, de la soledad extrema donde no existe policía, el camino del silencio, el silencio extremo donde jamás se oye la advertencia de un vecino generoso que se hace eco de la opinión pública? Estas pequeñas cosas pueden constituir una enorme diferencia. Cuando no existen, se ve uno obligado a recurrir a su propia fuerza innata, a su propia integridad. Por supuesto puede uno ser demasiado estúpido para desviarse… demasiado obtuso para comprender que lo han asaltado los poderes de las tinieblas¨

Marlow presencia el delirio de Kurtz, lo lleva consigo, y luego, de vuelta a Europa decide qué hacer con ese delirio, es decir con ese legado o con esa inquietud primigenia. No voy a revelar qué sucede en el encuentro final que Marlow tiene con cierto personaje, pero sí diré que a raíz de ese encuentro que le pone punto final a la historia, se pueden interpretar algunas cuestiones, por ejemplo, las maneras de construir un mito, de hacerlo valedero o dotarlo de resonancias. En esa última parte del libro se encuentra un nuevo momento decisivo, significativo para el protagonista y para su relato escuchado por sus amigos en un estuario del Támesis.

Finalizo esta reseña precisando que hay aspectos del libro que no he tocado, como su contexto situado en finales del siglo XIX cuando el imperio Belga de Leopoldo II gobernaba con tiranía el Congo, ni el hecho de que el propio Conrad haya conocido como marinero el río Congo y las formas de colonialismo europeo que allí existían (y por esto último se ha querido detectar en esta novela una impronta anticolonialista cuando dicha cuestión, considero, no agota para nada el enorme contenido y significado que se puede encontrar entre sus páginas).  

Es conocido que esta película de Coppola adaptó la obra de Conrad en el contexto de la guerra de Vietnam

Seguramente que con otro orden en la mente hubiera comenzado la reseña por estos datos y no por otra cosa, pero ya ven, he comenzado a escribir esta reseña con la prisa de quien se siente pasmado luego de haber leído un libro magnifico, una obra maestra de la historia de la literatura. Conrad, con sus simbolismos, descripciones y arquitecturas narrativas (cada cual más profunda que la anterior) consigue conmoverme, maravillarme, interpelarme, o interpelar a todo aquel que quiera posar sus ojos sobre esta historia. Al final, al final de una obra maestra, digo, solo quedan preguntas e imágenes: Preguntas sobre nuestra naturaleza humana, imágenes sobre seres muy diminutos navegando por los parajes descomunales y sombríos de un río que está en el centro del Congo, pero también cerca, muy cerca, en la sangre que alimenta nuestros corazones.

 

 

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