Catorce días de mayo (partes 12-17)
12
Esa primera noche aparecieron dos enfermeras, la primera me
puso una inyección para el dolor de espalda y la segunda me entregó los
medicamentos respectivos. Una era pequeña y robusta y tenía la voz cansada,
cantarina. La otra era increíblemente alta y de contextura mediana, su voz era
más gruesa, seria y profesional. Me recomendaron encargarle a mi familia un termo
y, de ser posible, un hervidor nuevo. El agua caliente se convertirá pieza
fundamental en el proceso de mi recuperación. También necesitaba unas sandalias.
Una de las cosas que hice durante los días siguientes fue levantarme una y otra
vez de la cama sin importar la hora, y de nada servían las zapatillas si iban a
impedirme subir los pies al colchón. Como no tenía sandalias, no me quedó más
remedio que pisar mis zapatillas y transformarlas en unas babuchas incomodas, solo
podía esperar que la encomienda de mi hermano no tardara en llegar.
13
En las noches, el sueño demoraba en asomar sus narices entre
mis ojos. Para propiciarlo trataba de recordar todos los nombres que recordaba
con la letra A, luego con la letra B, y así, hasta que me aburría, y volvía a encender
la luz de la habitación, sacaba la laptop de la mochila, abría una pestaña de
Word y comenzaba a escribir. Ahora, varios meses después, abro de nuevo el
archivo, y leo cada uno de esos párrafos escritos en el mismo periodo de aislamiento.
Estoy convencido de que estoy ampliando esta historia gracias a la motivación
que me dejaron esos párrafos sin nombre, ni fecha, ni fin especifico. Arrumados
como otros tantos párrafos y archivos que esperan un nombre, una conclusión,
una oportunidad. Los traigo aquí para desempolvarlos porque en ellos, en esta
historia, se articula una de las dos vivencias más significativas que tuve en
el año 2021.
Mi primer apunte en periodo de aislamiento dice lo
siguiente:
Una enfermera viene a medirme la presión, me quito la casaca
y exhibo una polera manchada con gotas oscuras. Cualquiera las confundiría con
residuos de mocos limpiados, pero no lo son, son manchas del tíner que usé hace
algún tiempo. Me puse la misma prenda porque ese día de pintar cosas también
hacia frio y pese al tiempo, no he podido desprenderme de esa polera verde que
tanto me gusta. Se lo cuento a la enfermera para que no piense que soy un
asqueroso. Ella no se alarma, me pregunta si soy pintor. Le digo que no, que
hubiera estado bien ser pintor, no sé si se refiere a pintor artístico o a
pintor de brocha gorda, pero de todos modos le digo que hubiera estado bien ser
pintor. Me pregunta a qué me dedico, cual es mi oficio. Le digo que estudié
Sociología. Entonces asiente un par de veces mientras infla el parche que tengo
atado en el brazo. Creo que espera que yo cuente algo más sobre mi profesión,
pero a mí no se me ocurre que más decir. Nos quedamos en silencio, me dice que
mi presión está bien. Me pregunta si tengo alguna molestia. Le digo que
ninguna, aunque pienso en decirle que tal vez si tenga una, la de no ser
pintor. Pienso que sobre la pintura de paredes hubiera podido hablar mucho más.
14
El personal médico podía entrar en cualquier momento. La
regla imprescindible dictaba que ninguna habitación se cerraba con seguro bajo
ninguna circunstancia. En las madrugadas abrían la puerta y prendían la luz sin
ningún reparo. Y estaba bien, lo hacían para medirme la saturación, la temperatura
o preguntarme cómo me sentía, lo hacían para cuidarme, para cuidar a todos los
que estaban ahí. A veces las enfermeras operaban tan de prisa que no alcanzaba
a despertarme del todo. Durante los primeros minutos de la mañana siguiente olvidaba
la visita hecha durante la madrugada. Solo la recordaba cuando otra enfermera entraba
para hacerme un nuevo chequeo de los signos vitales. Supervisaban a los
enfermos cada 4 o 6 horas. El tiempo de visita y la frecuencia del chequeo
variaban de acuerdo a la gravedad del caso. Yo era un paciente joven con pocos
síntomas, venían cada 6 horas, puntualmente. Aprendí a esperarlos contando
minutos, dividendo las 24 horas del día en 4 bloques de 6 horas. No rasgaba las
paredes colocando palitos, pero los esperaba, sabía cuándo estaban cerca,
cuando se estaban alejando. Con el olfato y el gusto lastimados, mi sentido del
oído había desarrollado cierta sensibilidad particular, o al menos eso era lo
que quería creer.
15
Me sentaba sobre la cama, no sé cuánto tiempo me quedaba ahí,
como petrificado, mirando la pared pulida, atento solamente a los ruidos
que alcanzaba a percibir. Las enfermeras estaban en la habitación de al lado,
atendiendo a otro paciente, un señor de unos cincuenta años con una voz
grandilocuente y soberbia. Después, el carrito con viandas, medicinas y
alcoholes se desplazaba por el pasillo y se iba perdiendo hasta abandonar el
departamento y entrar al siguiente. Una de esas veces recordé que ese lugar,
que esas torres, existen gracias a que algunos consideraron que el Perú estaba
capacitado para organizar los Juegos Panamericanos del 2019. Hace poco más de un
año, me dije, este lugar estaba lleno de deportistas de todo el continente. Traté
de imaginar al atleta que estuvo en esta habitación, que miró la misma pared
que yo miraba, que caminó por los mismos sitios por donde yo caminaba,
esperanzado él en conseguir una medalla, esperanzado yo en seguir con vida.
Concluí que ese periodo de aislamiento no era solo una batalla, era también una
competencia, una maratón de resistencia donde solo importaba llegar a la meta,
recorrer día a día el camino que me separaba de casa.
16
Volver a casa. Así definí mi objetivo vital, mi motivación imprescindible. Esa frase se convertirá en la impronta que resume todo aquello que tuve que hacer y sigo haciendo para mantenerme a flote, para salvarme de mí mismo. Ahora que estamos en el último día del año y son las 4 y 30 de la mañana y yo sigo sin irme a dormir, practicando la actividad que más he ejercido durante el 2021, me repito esta frase una y otra vez y entiendo que sigue calzando perfecto para resumir no solo mi salvación del abismo, sino también las intenciones de mi familia, de mi hermano y mi madre. Mi hermano inventando un nuevo hogar y mi madre pensándolo siempre como el último refugio que nos queda. Ambos me tendieron la mano y me dijeron sin decir: ¨vuelve a casa¨, ¨vuelve con nosotros¨. Una casa que ahora me cobija y me permite tener la tranquilidad suficiente para ponerme a escribir. Una casa hermosa, amparada por un árbol mágico y una mascota enternecedora, una casa que, a fuerza de refugiarnos, se ha transformado rotundamente, se ha moldeado a la visión estética de mi hermano y su profesión de arquitecto artista. Una casa que respira aire fresco, que comienza a vivir, a levantarse como un gigante ultraterreno que se atreve decididamente a mirar el cielo.
17
Volver a casa por un camino que no hemos recorrido antes. Pisar
lugares desconocidos con todos los sentidos despiertos, atentos a lo
inesperado, lo peligroso, lo irreversible. Volver a casa buscando una ruta,
hacerse guía de uno mismo para poder contar después cual fue nuestro itinerario,
nuestro pequeño viaje de retorno. Siempre se trata de eso, solo de eso: de
encontrar una forma de volver a casa. La frase no es mía, se la debo a
Alejandro Zambra. Cuando estaba preparando la mochila antes de que llegara el
taxi, pensé rápidamente en qué libros me llevaría conmigo. Revisé títulos hasta
que mis ojos se posaron sobre el lomo de la novela de Zambra. Supe que ese
sería mi primer libro elegido. Su título me pareció inspirador, la evidencia de
un buen presagio, una anticipación, la frase clave que me ayudaría a definir mi
futuro, ese futuro que ahora es presente y que mañana volverá a ser futuro. Zambra habla de niños perdidos por calles de Chile,
de personas reunidas en los barrios esperando el próximo terremoto que derrumbará
sus casas. Habla de jóvenes perdidos al interior de sí mismos que buscan
entender un periodo crucial de la historia de Chile, de sentirse parte de ese periodo,
o de asumir de una vez que siempre estarán al margen. Por eso, creo, su novela
se llama Formas de volver a casa. De perderse para volver, de andar para
desandar y descubrir que el camino de siempre ya no es el mismo, ni nuestra
casa (esa familia, esa nación) es la misma, ni nosotros somos ni podemos ser los mismos.
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